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Artículos escritos por nuestros psicólogos

Soledad, reflejo de lo que hacemos

Al lado del acantiladoAl filo de los cuarenta, una mujer decía: “Se me va a pasar el arroz, temo quedarme soltera”. No se encontraba satisfecha con su vida actual y estaba preocupada por su situación. Un hombre contaba que tenía la sensación de haber perdido el tiempo, no haber conseguido las cosas “normales” que tenían los hombres a su edad: una pareja, una familia, un trabajo que le permitiera desarrollarse profesionalmente,…  mientras se decía que había perdido el tiempo en cosas sin importancia. Se presionaba para lograr de forma urgente aquellas metas al tiempo que luchaba para no caer en el desánimo.

Jung, famoso psiquiatra del siglo XX, habló ya de la crisis de la mitad de la vida, en torno a la cuarta década de vida. Alrededor de esa edad, algunas personas hacen un alto en el camino para valorar lo que se ha caminado en la vida y replantearse los logros y la realización personal alcanzados. En ocasiones, las personas se dan cuenta de que han estado persiguiendo objetivos que no eran importantes para ellas, quizá siguiendo “mandatos” familiares, o buscando conseguir así la aprobación de las personas que les rodean. En ocasiones se dan cuenta de que aquello en lo que habían puesto sus esfuerzos no les aportó finalmente satisfacción, felicidad o el bienestar que buscaban. Es a esa edad cuando las personas toman una conciencia cabal de su finitud, de la mortalidad, y se plantean las aportaciones realizadas hasta el momento. Aquellas cosas que se pospusieron, los deseos que se reprimieron, aquellos talentos no manifestados, todo aquello que se ocultó o se rechazó, llama a la puerta y pide su lugar. Es la sombra, como la llamó Jung, que espera  su momento para incorporar su energía para la integración de la persona.

Desde la psicología positiva se plantea el bienestar psicológico como una función del ejercicio de las fortalezas personales para aportar algo a los demás. El éxito tiene importancia si es compartido con otros. Llega una edad en que lo importante es aportar sentido, transcendencia. Es en la acción con sentido más allá de uno mismo, en la acción para otros, en las relaciones, en los logros compartidos,… donde reside el bienestar psicológico y la satisfacción, la tan valorada felicidad de las personas. Cuando se ha perseguido el éxito por el éxito, cuando se ha puesto el logro en la consecución de algo externo esperando la felicidad, se produce la frustración, la persona se constriñe, se cierra en sí misma, y la soledad muerde el alma.

Hay salida, siempre se puede cambiar, y el momento del cambio es …. AHORA. Paradójicamente, para cambiar el primer paso es aceptar lo que se ha sido y lo que se ha hecho hasta ahora. Muchas veces el cambio no tiene por qué ser radical, más que cambiar lo que se hace, se debe cambiar cómo se hace. Disfrutar y volcarse en la acción, fundirse en la misma. Se trata de integrar partes excluidas, no de cambiar partes antes excluidas por otras. El siguiente paso puede ser el realineamiento de los valores de la persona. Quizá no haya demasiadas cosas importantes en la vida, quizá sea hora de valorar solo esas cosas importantes, sin dejarse despistar por otras metas secundarias. ¿Cuáles son las cosas realmente importantes para uno o una? ¿Qué talentos y fortalezas ha desarrollado la persona y cuáles no se han acabado de manifestar? Ahora se puede empezar a realizar aficiones y hobbies largamente postergados, se puede encontrar la gratificación en la pura acción. ¿Qué se quiere aportar a partir de ahora? Donde las personas ponemos la atención eso crece. En la mediana edad aún se pueden hacer aportaciones interesantes: a la familia, a las relaciones, y en diversos ámbitos: el arte, la ciencia, el trabajo,…

Se puede dejar de temer y afrontar desafíos que antes nos parecían inalcanzables, porque se puede aceptar con más facilidad que en la juventud a la persona en su integridad.

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