Una defensa de la psicología
No se si debido a la deformación profesional, al cotilleo bienintencionado o a la baja calidad de la última novela que había escogido, el otro día, mientras iba en metro hasta uno de los múltiples cursos de formación que había decidido coger para este año, escuche (para ser sinceros, yo y todo el vagón) como una chica bastante joven le contaba a su amiga, de forma bastante lacrimosa y, para aquellos interesados en el morbo, explícita (por favor, como recomendación personal diría que nunca dejen a nadie después de practicar el sexo), la conclusión de una historia de amor que parecía bastante duradera y obviamente importante para la chica. ¿Quién no ha oído o padecido una historia similar a la de dejar o ser dejado? Todo parecía bastante normal, excepto por el tema de la “dejada sexual” por si alguno tenía dudas. El problema vino con los comentarios de la amiga, gracias a los cuales descubrimos: la historia había pasado hacia ya 7 meses; no era la primera vez que oía dicha historia; no sabía que decirle y además, a la narradora, los comentarios de su amiga le importaban poco, imagino que por la repetición de muchos de ellos y alguno, incluso, por lo desafortunado de los mismos. Yo me bajé en mi parada y nunca me enteré de la conclusión de la historia, o de las curiosas preferencias sexuales del chico que ella iba a empezar a enumerar al grito de “¿y sabes que me pidió que hiciéramos?”. Tal vez llevado por mi educación humanista, quiero creer que la historia termino bien y la pobre chica al final supero lo de su exnovio y sus curiosas tendencias. Pero he de decir que el suceso me hizo pensar, y darme cuenta de que esa chica, tal vez, podría beneficiarse de la asistencia a la consulta de un psicólogo.
Jamás pensaría que un caso general de ruptura de pareja, por ser el ejemplo que nos trae aquí, tendría que llegar hasta el psicólogo (sino de qué la crisis por la que pasa nuestra profesión), ni me gusta en general cometer el terrible error que es tan común en nuestra profesión, y ahora incluso más con la creación del nuevo DSM-V, de los sobrediagnósticos; no he sido el típico psicólogo que le gusta observar a la gente y comenzar a diagnosticar e imaginar posibles terapias y soluciones, seguramente porque mi forma de ser, como ya he dicho antes, no acompaña. Siempre he visto a la gente mejor de lo que es, y sino que pregunten a mi banco por las cantidades de dinero retirado y nunca reingresado dejado a mis amigos con las firmes promesas de serme devuelto, y con más apoyos de los que suelen ver mis compañeros de profesión. La familia, amigos, compañeros, pareja, etc. como conceptos amplios, siempre he creído que son pilares fundamentales y en la mayor parte de los casos suficientes para ayudarnos a superar los problemas generales de la vida, pero seamos sinceros; hay familias y familias, o parejas y parejas, y así con todos los apoyos posibles y con todas las cursivas imaginables. Todos tenemos “una madre que…”, o la típica “amiga que…”, y en esos momentos de especial sensibilidad, cualquier comentario puede producir más daños y problemas de lo necesario.
Por todo esto, escribo este artículo para todas esas pequeñas cosas que aunque somos conscientes de que no estamos sabiendo afrontar o no logramos superar, nos siguen causando malestar y problemas, muchas veces incluso de manera diaria. A todas esas personas, les diría que lo mejor es atajar el problema cuanto antes y de la mano de un profesional cualificado. Con este espíritu nació Ceinter Psicólogos y nos ponemos a vuestra disposición.
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